“El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento”
decía el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht, y vaya que la obra de teatro
que presencié el pasado jueves 29 de agosto del año en curso cumple con dicha
descripción.
Lo primero que alcancé a percibir fue un fuerte olor a
pintura de color blanco, que perduró hasta muy avanzada la obra. Además, la puesta
en escena tiene diversas líneas de tiempo y es muy interesante cómo, en un
inicio, parece que la historia se basara únicamente en los actores y que éstos
fueren los protagonistas; sin embargo, conforme se van integrando diversos
elementos, es posible percatarse que más bien trata del boxeador Mantequilla
Nápoles.
Los componentes, que a simple vista no son tan notorios,
llamaron mucho mi atención. Un ejemplo es un monitor que estaba del lado
derecho, en el cual se mostraba el paso del tiempo, y a como entendí, sería el correspondiente
a cada round y el descanso para el
boxeador. Me sorprendió el uso de cámaras y proyectores, que eran utilizados
para mostrar fotografías, partes específicas del escenario o a los mismos
actores narrando la obra.
Una cuestión interesante fue la interacción entre
actores, ya que se usaba la oratoria para relatar, pero conforme iba avanzando
la historia, el que estaba hablando primero bajaba la voz gradualmente, hasta
el punto de no escucharlo, esto mientras otra persona comenzaba hablando muy
fuerte, haciendo que las dos voces se juntaran; cada uno, es importante
mencionar, hablando de algo distinto.
De acuerdo a lo que hemos analizado en clase, la obra es
una mezcla clara de la alta cultura y la cultura popular. Es indudable que
Vargas Llosa usaría los calificativos más críticos para hablar de la misma y de
cómo es una ofensa a la primera, aun cuando se mencione en repetidas ocasiones
al escritor Julio Cortázar, a quien Ernesto Sábato describiera como “un
magnífico cuentista y un brillante escritor”. Por el contrario, Gilles
Lipovetsky aseguraría que “la semilla del desplome de la estética y de la alta
cultura está dentro de la propia alta cultura”.
Dejando un poco de lado el diálogo entre estos
escritores, quisiera hacer mención del performance
de las actrices al bailar, cómo se simboliza de manera cruda a las muertas de
Juárez, y el ataque a la sociedad mexicana en cuanto a los perros callejeros;
éstas fueron cuestiones que me dejaron estupefacta y tocaron una parte muy
sensible dentro de mí que logró enfurecerme y entristecerme hasta las lágrimas,
que no es muy sencillo de lograr.
Cabe mencionar que la puesta en escena está repleta de
muchos otros símbolos como la canción Lágrimas
Negras de Miguel Matamoros, la
cual, a decir verdad, no conocía pero me llevó en un viaje en el tiempo hasta
la época del Mantequilla Nápoles. Asimismo, se habla de cómo una ciudad tan
viva como lo fue Ciudad Juárez en aquellos años, es ahora un desierto que ha
sido arrasado por la violencia y el narcotráfico; dicha denuncia la hacen a lo
largo de la obra, a veces de manera oculta, pero la mayoría de forma evidente.
Finalmente, quedé maravillada con la puesta en escena: el
trabajo de los actores fue estupenda y, si me lo preguntaran, iría a verla
muchas veces más. En la encuesta que me entregaron me preguntaron si asistía a
otros eventos culturales y con qué frecuencia, al responder me percaté que
quiero estar más en contacto con el teatro, cuestión que he dejado a un lado por
la escuela y el trabajo; además, gracias a la misma, quedé sensible y atrapada
por la música de antaño.
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