México es un país con una cultura muy rica: es el producto del mestizaje entre españoles y mesoamericanos. Por esto, tiene gran diversidad de pensamiento y opinión, pero no de educación. Es lamentable que los programas educativos se realicen de forma general, sin prestar especial atención a las distintas realidades que vivimos.
Antes de la llegada de los españoles a nuestro país, las civilizaciones indígenas tenían escuelas donde se educaba a la población. Además, se impulsaba el estudio de ciencias como la astronomía y la botánica. Después de la Conquista, se inició la educación de gran calidad, que fue impartida por jesuitas en el norte de la Nueva España. Por desgracia, esto resultó un problema para el gobierno y se les desterró.
Durante la Colonia, los únicos que tenían acceso a la educación eran los criollos y españoles; limitando así al resto de la población a realizar actividades como la agricultura, la pesca, la minería, entre otras. Los dos siglos siguientes fueron períodos de gran inestabilidad social, política y económica por sucesos como la Guerra de Independencia, el Maximato y la Revolución Mexicana; fueron años de revueltas en las que murieron muchos mexicanos.
Por desgracia, dicho desequilibrio no terminó al finalizar la Revolución Mexicana; dado que el poder se convirtió en algo exclusivo del PRI: año con año la pobreza crecía, los salarios disminuían y la educación se demeritaba. Sin embargo, nos podemos percatar que este problema no es exclusivo de las guerras ni del PRI; es posible aseverarlo porque después de dos sexenios, el PAN no ha logrado el “cambio” que prometió.
Las dificultades que enfrentamos en la actualidad en materia de educación, son los mismos que con el destierro de los jesuitas. ¿Cómo es que no han sido resueltos? ¿Cómo es posible explicar que nuestros niveles educativos, en una visión global, están por debajo de lo que dice la SEP? Creo que la respuesta a estas interrogantes es sencilla: a nuestra clase política sólo le interesa que su población sea clase trabajadora y que no tenga fundamentos para exigir sus derechos.
Si bien es cierto que los pueblos tienen el gobierno que merecen, ¿hasta cuándo seremos los que agachan la cabeza? ¿En qué momento nos daremos cuenta que el trato que recibimos es injusto?
Como estudiante, hija, mujer y, por supuesto, mexicana, estoy dispuesta a luchar diariamente porque esto no siga ocurriendo: quiero una educación de calidad para mi generación y las que vienen. No estoy de acuerdo con que la mayoría de los profesores en escuelas públicas y privadas no preparan a las futuras generaciones para una competencia nacional y global.
Finalmente, si cada uno de nosotros exige y lucha por lo que le corresponde, lograremos un cambio. Es necesario hacerlo por nosotros, por México.
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